En mis clases de literatura me pusieron este ejercicio, finalizar el cuento que Carlos Peral inició. Para ponerlos en contexto les adjunté el ejercicio y el cuento que inició. Así que lo mío es lo último.
Recuerdo en la infancia cómo solíamos jugar a personajes. Uno hacía de Blancanieves. Otra de Cenicienta. Aquel de Príncipe.
Este de Ogro. El
de más allá de Gato con Botas. Nos sabíamos tan bien los papeles que no
necesitábamos guión alguno. Nos salían las frases con una gratuidad absoluta. Y
con una frescura que, años más tarde, no he visto presente en mí. De aquellos
juegos, se me quedó grabada la técnica que el gran maestro Rodari llama
Ensalada de
personajes. Me alegró mucho ver que en su Gramática de la Fantasía se contara
lo que ya unos mocosos y mocosas hacíamos en un pueblo, olvidado y alejado de
todo progreso y de toda civilización moderna.
«Una tarde de invierno, se le ocurrió a un tal Carlos Peral, que nada tiene que ver con Charles Perrault, escribir una historia cuyos protagonistas fueran personajes de diversos cuentos. Y empezó así: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía una niña muy linda llamada Caperucita Roja. Cierto día, su mamá le dijo:
-Caperucita, ve a
llevar esta cesta a la abuelita. Y cuidado con el lobo
Caperucita se
encaminó hacia el bosque con su cestita bajo el brazo.
Iba cogiendo
flores por el camino. Pero un peligro le acechaba entre los árboles. Era el
lobo, que la había visto acercarse a lo lejos. Cuando más tranquila estaba, se
le acercó. Pero aún no había tenido tiempo de gritarle la frase consabida de:
«¿Adónde vas Caperucita?», cuando una voz resonante se oyó en medio del bosque:
-¡Quién osa
atreverse a asustar a tan indefensa criatura? Si algo de valor hay en él, que
lo demuestre enfrentándose a mí en singular batalla.
El lobo quedó
petrificado de espanto. ¿Qué clase de hombre sería aquel que tan
ceremoniosamente le había retado? Fuera quien fuera, tendría que acceder si
quería conservar su honor tan de moda en aquellos tiempos. Por tanto, contestó:
-Está bien, pero
déjese de ceremonias y aparezca de una vez.
El sujeto que
apareció segundos después era de lo más curioso. Iba conduciendo un
Ford-Fiesta, que más valía para chatarra dicho sea de paso, llevaba vestiduras
confeccionadas al estilo de los caballeros de la Edad Media. Según sus
declaraciones se llamaba don Quijote de la Man-cha, aunque su verdadero nombre
era Alonso Quijano. El lobo, al ver las pintas de semejante personaje, se dijo:
«Este tipo es más enclenque que un niño». Tras un largo silencio, durante el
cual los dos contendientes se examinaron de arriba a abajo, don Quijote repuso:
-Tendremos que
esperar para comenzar la batalla. Mis armas las lleva mi escudero, Sancho
Panza, que se ha quedado atrás arreglando la rueda de su bicicleta.
En aquel mismo
momento, apareció entre el follaje un tipo grueso y bajito, completamente
acalorado y sudando la gota gorda:
_;Uf, cómo pesan
sus armas, señor don Quijote! Apenas puedo darle a los pedales con tanto
armatoste encima.
Nuestro héroe
respondió:
-No has de
quejarte, Sancho, pues no hay razón para ello. Además, empecemos ya. Acabemos
de una vez con este asunto.
Los dos
protagonistas de la «singular batalla, se situaron frente a frente. Poco
después, la lucha había comenzado. Nuestro héroe, como es de suponer, llevaba
todas las de perder y tuvo que intervenir Sancho, que con la bomba de la
bicicleta, atizó tal golpe en la cabeza del lobo que éste se desplomó como un
fardo.
-¡Buen golpe,
Sancho!-exclamó don Quijote-.Pero no era necesario.
Hubiera acabado
con él sin intervención alguna de tu parte. Ahora, niña, ya puedes proseguir tu
camino.
Así lo hizo
Caperucita, llegando sin novedad a casa de su abuelita.
-Y, ahora,
prosigamos nuestro viaje -repuso el Caballero andante.
Así lo hicieron.
Pero no habían transcurrido ni diez minutos, cuando don
Quijote se detuvo
en seco, diciendo:
-¡No oyes,
Sancho, esa voz melodiosa que perturba el silencio del bosque? No puede ser
otra que la de mi amada Dulcinea.
Nuestros héroes
se acercaron al lugar de donde provenía aquella voz y descubrieron a una
muchacha muy bella que cantaba sentada en una piedra:
-;Oh, mi bella
Dulcinea del Toboso, ante tí se presenta como humilde servidor, el Caballero
Andante más famoso de la tierra, Don Quijote de la Mancha, el Caballero de la
Triste Figura, exclamó don Quijote.
-¿Dulcinea del
Toboso, dice usted? -contestó la muchacha-. No se referirá a mí, porque mi
nombre es Blancanieves y no vivo en el Toboso, sino en la casa de los siete
enanitos.
En esto intervino
Sancho, diciendo:
Perdona, chica, pero está un poco de la cabeza. ¿De verdad que eres Blancanieves? Porque estoy hecho un lío. Primero desaparecen el Rocín y Rocinante y nos los cambian por dos objetos raros que parece que se Ilaman bicicleta y automóvil, después, nos encontramos con Caperucita y el Lobo y por si fuera poco, ahora, apareces tú. ¿No habrán venido por si acaso los siete enanitos contigo? Porque sólo faltan ellos para que la cosa sea redonda.
-Pues no, esta
vez no me los he traído -respondió Blancanieves-, porque la última vez que salí
con ellos, se me perdieron tres y anduve toda la tarde buscándolos.
Comprendo,
-exclamó Sancho-. Bueno, mira, como ya son las cinco de la tarde y mi señor
está muy cansado, voy a llevármelo a dormir la siesta. Ya vendremos por aquí
cuando despierte. ¡Adiós!»
En este preciso
momento, a Carlos Peral se le van las ideas y queda el cuento sin terminar.
¿Habrá alguien que lo siga hasta el final?»
Prosiguieron en su andar en busca de un aposento para pasar la noche, no importaba tener que dormir en medio del bosque, justo en el momento de haber encontrado el lugar indicado fueron testigos de cómo una extraña y al mismo tiempo muy elegante carroza, pasaba desbocada.
Eso no fue lo que
asombró a sus ya adormilados ojos, sino que de pronto el carruaje cambiaba su
forma logando quedar como una calabaza esparcida por todos lados, incluso los
restos de ella alcanzaron sus ropas.
Don Quijote ni
cuenta se dio de esto pues llamó más su atención como desde el interior de la
calabaza emergía una hermosa mujer, con un vestido hecho girones y el cabello rubio
despeinado.
También les
impactó ver como los caballos se convertían en caballos y todos juntos corrían
hacia el interior del bosque.
Después de ver la
increíble escena Sancho y Don Quijote se vieron mutuamente preguntando solo con
la mirada si habían visto lo mismo. Sin decir una palabra ambos volvieron a sus
aposentos para ahora si iniciar con su descanso.
Nuevamente escucharon
un alboroto, era una bagualada encabezada por un príncipe que se veía
angustiado, que al verlos se les acercó.
- Disculpen nobles
caballeros, ¿de casualidad no han visto a una mujer hermosa pasar por aquí? –
comentó el joven príncipe desde su corcel.
- ¿Una mujer
hermosa dice? – Dijo Don Quijote, quien ya había olvidado la escena de la mujer
rubia que había visto hace un momento.
- Una dama de
belleza inigualable, lucía un enorme vestido azul, su cabello tan dorado como
el sol de verano y sus ojos eran dos hermosos luceros azules. – Comentó el
joven.
- ¿Dulcinea?
¿Está usted hablando de mi amada Dulcinea? – Dijo más envalentonado Don Quijote
y un dejo de molestia.
- Desconozco su
nombre caballero, pues se negó a dármelo esta noche cuando bailamos, pero solo
sé que es la mujer más bella, dulce y llena de virtudes que he visto jamás -
Comentó el príncipe mientras se bajaba del caballo.
- No le permito
que hable así de mi amada Dulcinea, esa dama es la mujer que ha robado todos
mis pensamientos y mi ser lo dedicaré a ella por siempre. – Dijo ya molesto Don
Quijote a punto de sacar nuevamente su espada.
Sancho, al ver
las intenciones de su señor se puso frente a él para evitar nuevamente una
disputa, esta vez por una mujer que claramente, no era Dulcinea.
- ¡Claro que no
señor! Esa es la mujer con la que me desposaré y juntos reinaremos justamente
en estas tierras, que usted está pisando sin mi permiso- dijo el príncipe
evidentemente también molesto al ver como ese anciano quería robarse a la mujer
que momentos antes había huido de él sin si quiera decir su nombre, minutos
antes y que encontraría así tuviera que levantar todas las piedras del reino.
Don Quijote
desenvainó su espada dispuesto a luchar una vez más por Dulcinea, hasta que una
voz se escuchó: -¡Ahí va! Entonces, el príncipe guardó su espada, montó su
bello corcel, no sin antes agregar: - Que pasen buena noche, caballeros – En seguida
se encaminó a seguir en busca de la mujer que le había robado el corazón.
- ¡Habrase visto,
mi señor!. Un príncipe buscando a una princesa que huye de él, en mis tierras
es al revés - Comentó Sancho para que su señor olvidara un poco el altercado de
hace un momento.
Ambos decidieron
que ya era tarde y debían descansar para mañana continuar con el camino, el
cual era largo. Cerró los ojos, los cuales le pesaban por el cansancio y se
dispuso a dormir.
De pronto sintió
que unos labios se acercaban a los suyos. No, no podía Sancho, su fiel escudero
atreverse a tanto. Sabía que le admiraba y lo comprendía, él era un hombre tan
culto y sabio, era fácil que alguien pudiera enamorarse, pero no lo creía capaz
de tanto.
Entonces,
temeroso decidió abrir los ojos, su sorpresa fue aún mayor al ver que no era
Sancho quien besaba sus labios, sino un joven caballero, bastante guapo debía
admitir. Lo más extraño era que no estaba tampoco en medio del bosque, por lo
menos no en el que había dormido.
Al lado del joven
había tres pequeñas mujeres vestidas de manera muy extraña. Se acercaron, la
observaron y gritaron: - ¡Oh, un milagro! ¡La princesa Aurora despertó con el
beso de amor del príncipe Phillip!